El buen diseño es obvio, pero llegar a lo obvio no es tan fácil
Te comparto mi proceso creativo
Diseñar un logo no es solo dibujar algo bonito. No es un simple ícono, ni un gráfico llamativo. Es mucho más que eso. Es la esencia de una marca, comprimida en un solo símbolo. Es el ADN visual de una empresa, un emblema que será recordado o ignorado. Y eso es lo que hace la diferencia.
Cuando empiezo un logo, no busco líneas perfectas de inmediato. Primero, dejo que la idea tome forma en mi mente. Me hago preguntas: ¿Qué representa esta marca? ¿Cómo quiero que la gente la perciba? ¿Qué emoción debe despertar? Y en algún momento, entre esas preguntas, la idea empieza a revelarse sola. Es como encontrar la melodía de una canción antes de tocar la primera nota.
Luego, trazo la primera pincelada. Un boceto crudo, una forma básica, como un escultor que apenas empieza a ver la silueta en un bloque de mármol. No intento que sea perfecto. La perfección llega después. Porque un logo no se trata solo de cómo se ve, sino de lo que transmite.
Lo dejo reposar. Me alejo. Pienso en otra cosa. Y luego vuelvo. Porque las mejores ideas no nacen en la prisa, sino en el proceso. Es ahí donde afino los detalles. Refino los bordes. Quito lo innecesario. Porque un buen diseño no es cuando ya no puedes agregar más cosas, sino cuando ya no puedes quitar nada más. Es simple, elegante, inevitable.
Cuando el logo está listo, lo sé. Lo miro y no hay dudas. Es claro, es potente, es memorable. No hay ruido, no hay distracción. Es un símbolo que perdurará. Y ese es el verdadero propósito del diseño: crear algo que no solo sea visto, sino que sea recordado.
Esto no es arte digital. Esto es alquimia visual. Y solo los que entienden la diferencia pueden cambiar las reglas del juego.
¿Tu logo está diseñado para ser olvidado o para dejar una huella imborrable?
BY: Danilo Pastor — Lima, 2025